miércoles, 16 de septiembre de 2015

LAS BOLAS NO CRECEN EL CAMPO

En el entorno de los campos de golf, además de poderse topar con algún tipo de animal, dicho sea sin acritud y en el buen sentido, y con todo tipo de árboles, flores, arbustos y maleza, a veces de repente uno se da de bruces con alguna bola de golf. No os asustéis, por si alguno no lo sabe y esto es completamente fehaciente, no forman parte de dicha naturaleza, es algo ajena a ella. Alguien involuntariamente o no las habrá dejado allí.
Si por casualidad alguna vez al ir por el campo buscando una bola perdida nos encontramos con otra que no es nuestra, ¡¡ojooooo!! , no tocarla, dejadla en su lugar, porque aunque mirando a nuestro alrededor no veamos a nadie, es seguro que tiene dueño y que vaya acordándose de su santa madre por haberla perdido.
Digo esto porque uno está algo cansado de “perder”, dicho de manera figurada, bolas en sitios en donde es raro que no aparezcan, con el consiguiente mosqueo claro. Imagino la cara de asombro de quienes las encuentren en esos mismos lugares, y la de alegría posterior.
Sé por propia experiencia que encontrarse una bola es muy gratificante -no sé porque la verdad- y si esta es buena ya ni te cuento  -una ProV por ejemplo, que no sé que tiene es la más valorada aunque tengamos más-. Es ciertamente inexplicable, pero que gusto da, es como encontrar un tesoro perdido. Ahora, también es cierto que da muchísima rabia perderla y si es nueva pufff, infinitamente peor, perder una bola recién estrenada es algo que no se olvida así como así, se tarda unos cuantos hoyos.
A ver, todos estamos expuestos a perder bolas, y más si los “rough” están tan imposibles como se dejan últimamente, pero que nos “guinden” la bola así como así, sin comerlo ni beberlo, eso es algo que no hay derecho, es una atentado a nuestra dignidad golfística, sentirse como un pardillo, se te queda una cara de turista desplumado en la Puerta del Sol.
Así que para otra vez que nos encontremos una, pensemos que las bolas no crecen en el campo, que no están puestas allí para satisfacer nuestra codicia, que será de otro infeliz como nosotros que la ha perdido y que la estará buscando; bueno y si le vemos venir, seamos buenos compañeros -hoy por ti mañana por mí- señalémosle donde se encuentra su bola, y no nos quedemos callados como un muerto esperando que pase de largo y así obtener el ansiado botín.